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Alcalá de Guad
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Y de repente un día, sin esperarlo, la vida te pone a prueba. ¿Conoces esa sensación de estar caminado sobre una cuerda floja tendida encima de un abismo? Un solo paso en falso y tu vida a tomar por culo. Y entonces te ves ante el gran dilema: ¿seguir o rendirse? ¿Caminar o dejarse caer? ¿Nadar hacia la superficie o retozar confortablemente entumecido envuelto en el lodo de tu propio miedo?
Yo siempre lo tuve muy claro: lucharía hasta las últimas consecuencias. Tenía motivos para ello. Nunca fui especialmente listo. No era el más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente. El problema era que no lo sabía. Mi valor estaba sepultado entre capas de prejuicios y costras de ingenuidad. Pero a veces la vida te da una hostia tan fuerte que o te deja medio muerto o te quita las tonterías de un tirón.
Así que establecí metas, urdí planes que nunca salieron bien y escuché millones de canciones en madrugadas eternas. La determinación se convirtió en viento, la ilusión en velas desplegadas y mi futuro en la isla de Ítaca donde atracar. Mares de incertidumbre intentaron hacerme naufragar una y otra vez, pero el objetivo marcaba mis días. Jamás me desvié del rumbo. El premio era demasiado goloso como para renunciar a alcanzarlo.
Y entonces supe que había llegado el momento de matar al pasado y volver a la vida. Locos diamantes brillaron encima de mí cuando tomé consciencia de mi nuevo estado. Había alcanzado al fin el trono en la cara oculta de la luna. ¿Fue fácil llegar hasta aquí? En absoluto. Pero aprendí que lo importante no era haber llegado. Lo importante fue el viaje.
No busques la felicidad. Es una utopía inalcanzable. Busca la plenitud de estar en paz contigo mismo. Reconcíliate primero con el mundo y luego con tu alma. Y no te preocupes. Cuando llegues, si es que llegas, lo sabrás al instante. Y ya nada volverá a ser lo mismo. Suerte y feliz viaje!