Relatos cortos Sevilla  29 jun 2020

La poza

Después de hablar con el tendero sabía que estaba ya muy cerca de mi destino:

- ¿Y quién dices que te ha contado eso? – dijo el tendero.

- Lo leí en una nota, alguien me lo dejó escrito antes de desaparecer – repliqué.

- ¿Antes de desaparecer? ¿Se murió esa persona?

- No... bueno... no sé... espero que no.

- Bueno, chico, tranquilo que no soy poli, solo que es raro que después de tanto tiempo alguien venga preguntando por el culo del diablo.

- Vaya, curioso nombre... ¿Así es como le llaman a ese sitio por aquí?

- La verdad es que nunca me lo había preguntado, llevo escuchándolo toda la vida... De pequeño iba a veces con mi abuelo al monte a ayudarle con el ganado, y, cada vez que pasábamos cerca del abrigo, se quedaba mirando el tajo y, luego de escupir, me decía: “Antes me meto en el culo del diablo que bajar a la poza otra vez.”

- Entonces... la poza existe, ¿no? ¿Y su abuelo ha estado allí? ¿Usted ha estado allí?

- No se me hubiera ocurrido nunca, mi abuelo le temía a ese lugar, pero nunca me contó nada, cada vez que me dio por preguntarle me mandaba a callar o me soltaba un cachavazo. Una vez le pregunté a mi madre si sabía qué le ocurrió allí a mi abuelo, pero tampoco me soltó prenda, solo que algo muy malo. Al crecer, me fui del pueblo para estudiar y comerme el mundo, y hace tres años que volví con el rabo entre las piernas, y fíjese: ¡aparejador charcutero¡ Al tiempo me he dado cuenta de que ahora la gente quiere vivir en la ciudad, pero también quiere poder venir al pueblo, así que pensé en hacer negocio con eso y aquí ando viviendo. Los fines de semana, sobre todo en verano, esto se pone hasta las trancas de familias y senderistas, todos preguntan qué senderos hay por aquí, dónde comer, dónde dormir... pero nadie en estos tres años me ha preguntado por la poza, ni siquiera la gente de aquí habla de ella, además es complicado y peligroso llegar.

- Eso quería preguntarle, ¿cómo puedo llegar a ella?

- Claro, usted se ha bajado en la parada de la iglesia, junto al río, ¿no? Pues siga el río hacia arriba y acabará en... Mire, no sé qué busca usted allí, pero no creo que sea buena idea la de ir a la poza, ¡y menos a estas horas¡ Queda poco para atardecer y no le dará tiempo a volver de día, por la noche el monte es de las alimañas, y ninguno de los de aquí queremos que nos coja fuera. La gente cuenta cosas, y yo me río de ellos por dentro... pero en el fondo... cada vez que alguien cuenta algo “raro”, que en definitiva no cuentan nada más que el miedo que sienten, se me viene a la cabeza la cara de mi abuelo cuando se quedaba mirando a ese lugar, y al final les llevo la razón sin profundizar en más, les digo que hicieron bien al volverse o que el pueblo es donde más seguro se está por la noche. Hágame caso y espérese hasta por la mañana temprano, así tendrá tiempo de volver ante cualquier imprevisto, o de pensárselo y visitar otros sitios de por aquí. Espere, tome esta guía turística y vea todo por lo que es famoso este lugar.

- Gracias, le echaré un vistazo, pero ¿cómo puedo llegar a la poza?

- ¡Y dale la burra al trigo¡ Siga el río hacia arriba, cuando se acabe el sendero siga los andeles que acompañan al río, imagino que en una hora o dos estará en la poza. Pero piénseselo, hombre, hay un par de sitios por aquí donde hacer noche.

- Gracias, me lo pensaré de camino a la iglesia. Y gracias por informarme sobre la poza. ¡Hasta mañana¡ -en este momento empecé a abandonar la tienda cuando escuché:

- ¡Oiga¡

- ¿Sí?

- ¡Son 14,50 €¡ Por el pan, las chacinas y la bebida...

- ¡Dios¡ ¡Perdone¡ Tome, por favor, quédese el cambio.

Comencé a salir de la tienda atropelladamente pero intentando mostrar calma y serenidad, cualquier cosa menos vergüenza ante el despiste, pero el aturullamiento de la situación y la caótica disposición de los elementos en la tienda no hizo sino hacer que golpeara y tambalearan algunas cajas aumentando la tensión del momento, para colmo la fuerza del muelle y lo estrecho de la minúscula puerta de aluminio terminaron por dar mayor gloria a la retirada, como no podía abrir la puerta con la mano izquierda opté por empujarla de nalgas aún a riesgo de tener que mirar a la cara al tendero, el cual estaba con una mano en la frente mirando el reguero de cruasanes, sobaos y palmeritas de chocolate que había dejado en mi retirada.

- ¿Vaya corte, no? Menos mal que ya vienen plastificadas todas... – le dije mientras me disponía a recolocar las mercaderías.

- Tranquilo, pasa a menudo, tampoco hay mucho sitio para colocar cosas, pero déjelo, tengo que cerrar ya y es parte de mi tarea, lo tengo asumido.

- ¡No, qué va¡ – dije mientras me agachaba para deshacer el estropicio a la vez que arrastraba con la bolsa de la compra el expositor de bolsas de patatas fritas.

El expositor me golpeó en la espalda catapultando las bolsas de aperitivos fritos por todo el poco suelo disponible de la tienda, incluso el tendero pudo alcanzar una de las dos que en pleno vuelo parabólico sortearon la vitrina de las chacinas, la otra acabó en el cesto de la balanza, a lo que el tendero me dijo, señalándola con el dedo y mascullando entre la ya inevitable sonrisa, que no hacía falta pesarlas, que todas costaban lo mismo. La situación se volvió interminable, el tendero, erre que erre, pidiéndome ya por favor que lo dejara, que no importaba, y yo, en mis trece para deshacer el entuerto, que faltaría más, que ni pensarlo... pero la cara del hombre iba mutando por momentos hasta que, finalmente, se perdió cualquier rastro de sonrisa y simpatía. El sudor y la vergüenza lubricaban a partes iguales cada poro de mi cuerpo, pensé que lo mejor sería distraer la atención con algún comentario ocurrente, pero después de la pertinacia que estaba mostrando imagino que esa carta no iba a jugar bien a mi favor, así que me limité a terminar de despejar el suelo midiendo cautelosamente todos y cada uno de mis movimientos. Al recoger la última palmerita miré a ambos lados antes de cometer otro desbarajuste sobre el orden lógico de las cosas que desde todos sitios me amenazaban, y, muy despacio, comencé con el fatídico ritual que las personas que tenemos unos años tenemos que hacer al recuperar la postura. Una vez derecho retiré la mano del riñón y, después del consabido resoplido que alivia cualquier dolor de espalda, volví a examinar toda la estancia, incluido el tendero, que estaba inmóvil con la bolsa de patatas fritas en la mano y que debía estar sufriendo más por mí que yo mismo, y solté una de las mías:

- ¡Buff¡ ¡Ahora acabo de entender lo que es la entropía...¡

El tendero todavía aguantaba su planta con la bolsa de patatas en la mano, solemne y tieso, firme detrás de su gastado mandil a cuadros, su boca parecía haber sido trazada con una regla: recta, seria, vestida con una perilla abandonada que empezaba a desdibujarse con la negra barba que venía empujando seguramente desde hace algunos días, boca silenciosa, boca acusadora, la misma boca que sabe poner un agente de la autoridad cuando te para en medio de la carretera, la boca que, sin hablar, es capaz de hacer que empieces a confesar lo que ni siquiera has pensado todavía en hacer, la boca, en fin, que me obligó a abrir la mía de nuevo:

- Esas patatas... las que tiene usted... – dije mientras las señalaba con el dedo y buscaba palabras para acabar la frase.

El tendero asentía sin hablar, como apretando, como presionando para que le hablara y terminara la frase, con movimientos rápidos y arrimando el pecho metiéndose cada vez más en mi espacio personal, como para que me atreviera a retarle y tener una excusa para poder saltar la vitrina que nos separaba y acabar con la vida de una persona con la misma bolsa de patatas fritas que sostenía.

- ¡Sí, estas patatas, sí...¡ ¿Qué pasa con las patatas?

- Que... ¿cuánto ha dicho que valen?

- Estas patatas ¡“SE LAS RE-GA-LO”¡ Tome. ¿Quiere algo más?

- No, gracias, creo que lo llevo todo...

- Pues, ¡Hala¡ ¡Arreando¡ ¡Iglesia, río arriba y suerte¡

Sin más aseguré la bolsa de las compras contra el pecho para no repetir la jugada y firmemente empujé la puerta para salir de la tienda, atrás dejaba un mal rato y una batalla para contar a futuro.





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