Cultura Sevilla  09 may 2020 Menu usuario

San Isidoro del Campo, un monumento sin buena estrella

La excusa fue la demolición de la estructura de hormigón adosada a la torre del monasterio de San Isidoro del Campo en los tiempos en que funcionó como una fábrica de malta para la fabricación de cerveza. El pegote -no puede calificarse de otro modo- había parasitado la construcción originaria del siglo XV hasta que la Junta de Andalucía se había hecho con la propiedad y había rescatado la traza original. O, al menos, la que había recibido la declaración como monumento nacional el 10 de abril de 1872.

El consejero de Cultura, Javier Torres Vela, convocó a los periodistas el 19 de mayo de 1989 para visitar las obras que la Administración autonómica estaba llevando a cabo en

el monasterio, primero cisterciense y luego jerónimo. El arquitecto Víctor Pérez Escolano mostraba los trabajos que codirigía con el difunto Antonio González Cordón con vistas a su conversión en parador de turismo. Todo parecía ir viento en popa con el monumento, tan maltratado a lo largo de la historia.

Parecía, pero la estrella volvió a apagarse para San Isidoro del Campo. El derrumbe de una parte de la tapia del monasterio la semana pasada es el último jalón de una historia repleta de infortunios y abandono.

Un año antes de aquella visita del consejero, el 6 de mayo de 1988, la dirección general de Patrimonio había firmado el contrato de compra de dos terceras partes del edificio con un desembolso de 62 millones de pesetas [372.000 euros constantes]: las que tenían en propiedad la fundación Reina-Valera y la Unión Cervecera. Con el tercer dueño, la fundación Casa Álvarez de Toledo y Mencos, herederos de Alonso de Guzmán que lo había mandado erigir.

Cisterciense y jerónimo

En esa terna de propietarios está resumida la historia azarosa del edificio. Guzmán el Bueno edificó un cenobio en 1298 en el sitio que ocupaba la ermita donde se suponía que había muerto San Isidoro de Sevilla, el último de los padres occidentales de la Iglesia. El monasterio se entregó a la orden del císter, pero el relajamiento del cumplimiento de la regla benedictina hizo que el conde de Niebla, como descendiente de los fundadores, concediera el monasterio a los frailes jerónimos el 22 de septiembre de 1431. Este convento llegó a ser cabecera de todas las fundaciones en España de la orden conocida como «isidros» por corrupción fonética del titular del monasterio.

La vida monástica se desarrolló sin sobresaltos hasta que la Inquisició detectó un foco protestante en la comunidad de monjes, cuyo máximo exponente fueron Casiodoro de Reina [primer traductor de la Biblia al español] y Cipriano de Valera, condenados in absentia y quemados en efigie en el auto inquisitorial de 1562 con que se aplastó la propagación de las ideas luteranas en los dominios de la monarquía católica de Felipe II.

El interés de los protestantes salió a relucir en 1981, cuando la cervecera empezó a deshacerse de propiedades por toda España. En aquella España que vivía también una efervescencia de la libertad religiosa tras la ley orgánica de mayo de 1980, los protestantes competían con un grupo de médicos que tenía intención de convertir el monasterio en una clínica de reposo.

La Junta se hizo en 1988 con 30.000 metros cuadrados del inmueble que pertenecían a la fundación Reina-Valera y a Unión Cervecera

La fundación Reina-Valera, ligada a las iglesias separadas de la Reforma, pretendía establecer precisamente en el monasterio de San Isidoro un centro ecuménico internacional de estudios bíblicos. A tal fin -«Promoción de la Biblia Castellana Clásica, estudios especializados de la Biblia y proyectados a la difusión de la Fe Evangélica»- comenzó sus actividades con exposición de biblias, conferencias y boletines en los 30.000 metros cuadrados [5.000 bajo techo] que había adquirido a la Unión Cervecera.

Unión Cervecera era el nombre que había adoptado en 1976 un conglomerado de cervezas provinciales que la compañía Cervezas de Santander [fundada en 1920] había ido aglutinando bajo su mando con sucesivas operaciones de compra hasta que en 1985 acabó en manos de Carlsberg. Entre las marcas de Unión Cervecera figuraron «Cruz Blanca» de Cádiz , «Victoria» de Málaga o «Skol». La firma se había hecho en 1962 con la fábrica de Santiponce, donde se laboraba la malta de cebada que era la materia prima para la fabricación cervecera. Fue entonces cuando se le añadió a la torre la estructura que desfiguraba la torre.

Antes que malta, en el monasterio -una obra de arte en sí mismo con frescos renacentistas de primorosa factura y el retablo de Martínez Montañés- se había fabricado café. Fue una de las propiedades de la Iglesia que pasó a manos del Estado con la Desamortización de Mendizábal de 1835. Pero su existencia fue ruinosa durante todo el siglo XIX. José Gestoso lo visitó en 1892 y comprobó que dos de sus claustros habían desaparecido.

Incendio en 1926

Todavía faltaban desgracias más que sumar a la triste historia del cenobio. El 5 de noviembre de 1926 se declaró un incendio «a última hora de la madrugada», según la noticia recogida por ABC: «Las llamas han destruido la techumbre de una de las alas del edificio, en la planta alta, destinada a almacén de alfalfa, en una extensión de unos 30 o 40 metros, a cada uno de los lados del techo del monasterio. El incendio quedó dominado a las pocas horas, calculándose las pérdidas en unos siete a diez mil duros».

Después de aquello, de nuevo la incuria hasta que en 1956 los jerónimos -una orden eminentemente hispánica- volvieron a tomar posesión del monasterio. Seis años después, en diciembre de 1962, un monje hindú tomó los hábitos sacerdotales en una ceremonia presidida por el cardenal Bueno Monreal con más trascendencia de la que en principio podía pensarse: Joseph Irimpan, de la eparquía [equivalente a diócesis en la Iglesia católica de rito siromalabar] de Trichur se convertía fray José de Kerala.

Monje de Kerala

El jerónimo actuó como cabeza de puente de la diáspora vocacional del estado indio de Kerala, feudo por otro lado del Partido Comunista. Las primeras monjas jerónimas de Santa Paula, en tiempos de sor Cristina de Arteaga como superiora, formaron parte de las 1.595 religiosas de ese estado indio que llegaron a conventos europeos en la década entre 1960 y 1970.

El experimento del retorno de los jerónimos iniciado en 1956 daba muestras de agotamiento El mundo había cambiado a velocidad de vértigo y la Iglesia, aún más deprisa, después de la convulsión del Concilio Vaticano II. La segunda etapa de los jerónimos en San Isidoro acabó en noviembre de 1978, replegada la orden hasta su mínima expresión, que es la comunidad menguante del monasterio del Parral en Segovia.

A principios de los años 80, San Isidoro del Campo vivió una etapa -otra más- de incertidumbre. Una entrevista en ABC con el delegado provincial del Ministerio de Cultura, Gabriel Bascones, en junio de 1981, ofrecía pistas: «Por ser el monasterio monumento nacional, siempre podrá el Ministerio ejercitar un derecho de tanteo. De todas formas, yo oficialmente no sé si está en venta, y si he tenido noticias es porque el otro día me acerqué por allí a ver si aquello merecía o no la pena, porque en verdad, me molesta muchísimo la torre de la fábrica que hay allí».

La torre de cuyo derribo la Junta sacaba pecho una década después, ya con las competencias en patrimonio transferidas y con la vista puesta en su conversión en parador de turismo. A tal efecto aprobó el Consejo de Gobierno del 27 de febrero de 1990 la cesión gratuita al Estado «con destino a la explotación de un parador nacional de turismo». La cesión, por medio siglo, podía resolverse si no se construía el establecimiento hotelero en el plazo de tres años.

Sin parador de turismo

Ni que decir tiene, que no se construyó el parador, el monasterio volvió a manos de la Junta, lo adecentó y rehabilitó, pero sin tener muy claro el uso cultural al que se quería destinar. Hace sólo cuatro años, los ladrones se llevaron 240 kilos de azulejos de Niculoso Pisano lo que evidenciaba la falta de vigilancia. La semana pasada, fue la tapia la que cedió debido a las lluvias. Nada grave si se compara con la riada del 30 de noviembre de 1595 que acabó con el pueblo original de Santiponce, cuyos supervivientes corrieron a refugiarse en el monasterio.

El pueblo actual se formó a partir de unas sesenta casas que los monjes levantaron a medio kilómetro del primer emplazamiento. El marqués de Villafranca ejerció el patronato sobre el monasterio, que ejerció de templo parroquial hasta la desamortización y exclaustración de los jerónimos. Una historia demasiado trágica incluso para los estándares de los monumentos olvidados de Sevilla...



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