Coronavirus Sevilla  06 may 2020

«Los asquerosos», de Santiago Lorenzo, lectura por concordancia con el sile

Existen, en mi opinión, dos tipos de lectura: por concordancia con la situación en la que nos encontramos o por contraste. Lo primero sería, por ejemplo, leer «Robinson Crusoe» desde una playa desierta. Lo segundo, hacerse con «El estrecho del lobo», de Olivier Truc, ambientado en Laponia, desde esa misma orilla cálida en la que la nieve y el frío se parecen mucho a una quimera.

Una nos carga de empatía, penetra en nosotros con las palabras calurosas que emplea para las descripciones y nos refresca con la brisa de sus frases mientras la olas rugen como telón de fondo. La otra, sin embargo, nos evade por completo, nos transporta y nos conduce a través de la ficción a otro lugar antagónico a la realidad que nos acecha en primera persona. «Los asquerosos», de Santiago Lorenzo, es una recomendación por concordancia en estos días diferentes y lentos. Solitarios para algunos, demasiados, y vacíos también de un tiempo que cada uno ha de cubrir y administrar a su antojo y en función de sus posibilidades.

Un hombre agrede a un policía en una manifestación, no les estoy desvelando nada que no revele ya su contraportada, y decide huir a una aldea sin habitantes de esa España vacía que ahora imagino prácticamente yerma de personas, absolutamente inerte y desprovida de cualquier resquicio de vida humana en su pavimento ajado o incluso desaparecido. Allí, siguiendo con la sinopsis, sin estropear finales ni ofrecer más información de la debida, naugrafa apático con lo poco que se encuentra y comienza una narración con silencios superdotados, reflexiones ácidas e hilarantes, paranoia que nos hará dudar en su cercanía al surrealismo y un vocabulario tan actual como en desuso.

Y es el desuso otro de sus temas centrales. Andurriales, aulaga, cellisca. La utilización de un orden de sílabas inusitado y la vuelta a una rutina por todos perdida. En nuestra situación actual, retomamos el contacto intenso con la familia y los vecinos mientras la solidaridad asoma sus ojillos debajo de cada manga, absolutamente preparada para lo que haga falta, revitalizada por una sensibilidad compartida. En la del protagonista de «Los asquerosos», ese regreso lo lleva al origen de las cosas, a la introspección, a la naturaleza de la que forma parte pero que no trata de domeñar.

Todos, personalidades ideadas por el escritor Santiago Lorenzo y figuras de carne y hueso que con interés descubrimos su mundo, nos mostramos más reflexivos que antes y experimentamos con el verbo volver. Ese juego del último cajón, esa película ya olvidada, esa conversación que ha esperado durante años, esa llamada que no aguantaba más demora, esa búsqueda individual que jamás iniciamos por falta de tiempo y de ganas. Sigiloso retorno a una sencilla austeridad en este camino repentino y raro en el que nos hemos visto inmersos. Él, por desencanto. Nosotros, por obligación. Por moral.

El protagonista y la sociedad

La analogía es clara: Manuel, el agresor que inicia un retiro físico y espiritual alimentándose a base de libros de la colección Austral y matojos de nombres inciertos, somos nosotros en ese pasillo, ese cuadro, esa pared que llevábamos décadas mirando sin verla. Extraños en un principio en lo que debía ser nuestro propio entorno, pero concienciados, parte de ese espacio que deja de ser ajeno, justo después.

El peligro de una mente desatada a la que nadie pone trabas, así como la necesidad de ejercitarla para mantenernos sanos brotan entre las líneas de una de las novelas más vendidas de los últimos años en España. Será por su original argumento, la crudeza de su delirio o la capacidad de retratar a una sociedad con cuatro brochazos elocuentes, pero el caso es que se ha hecho popular sin afán de serlo.

Santiago Lorenzo también escribe por concordancia. No ha ambientando su historia en los teatros de Broadway ni en la chicagüense avenida Michigan, sino en un ficticio Zarzahuriel que debe asemejarse en algo a la pedanía segoviana donde vive de espaldas a las redes sociales, a todo aquello que nació hace relativamente poco, pero sin lo que no podríamos desarrollar la mayor parte de nuestras actividades sin desesperarnos.

Por todo ello, «Los asquerosos» se presenta como un regalo a la medida de estas semanas. Una lección de supervivencia y de lo complejo que resulta sumarse al ritmo de una sociedad que pisa rápido y sin mirar. Leerla es perpetuar la quietud de la calle. Robarle a las aceras un trocito de esa nada en la que a veces se envuelven para disfrutarlo con olor a café y papel abierto. Delicioso binomio para esta soledad breve sobre la que cabalgamos.



0
📄 0
📊 237



Cargando