Relatos cortos Sevilla  23 nov 2018

Lo que tú no ves

He notado una leve brisa, luego me he percatado de que el agua que no han querido tus buganvillas ha sido basta como para llenar un estanque ínfimo a nuestros ojos, pero océana masa de agua a otros, los de unas criaturas ancestrales que en ella cumplen su existir; criaturas, unas, que esperan pacientes enterradas y resecas en el polvo del suelo de esos desiertos patios sevillanos; criaturas mayores, otras, que yacen aletargadas debajo de las secas hojas de los jazmines; criaturas, ambas, que al fluir del agua comienzan a elevarse sobre ella para quedar, como las medusas, siguiendo la irremediable deriva que provoca esa leve brisa sobre la superficie del improvisado mar, flotando casi estáticas hasta desplegar y desarrugar unas alas que sólo saben volar bajo el agua, a la propia merced de la incongruencia de un destino irremediable e ilógico; y hecho esto comienza la danza lenta del vuelo subacuático, una danza lenta limitada por lo grande de sus especializadas alas y por lo estrecho de calado de este creciente y sereno mar, donde las criaturas, ellas, pueden avanzar a duras penas, donde las criaturas, ellos, pueden avanzar, y subir y bajar y jugar. En esta danza buscan completarse y retornar a la forma de un único ser que un día fueron, encontrar la redención y la calma después del castigo impuesto por el pecado cometido, castigo impuesto por unos dioses recelosos de su única condición, castigo que las condenó a buscarse y completarse de nuevo. Lo mágico del espectáculo es que todo ha de suceder en el tiempo exacto que dura el canto a la inmaculada madre, más allá de ese tiempo todo se secará y aquellas criaturas que no se hayan completado quedarán expuestas a un sol de justicia, un sol impasible que lo limpiará todo escrupulosamente, dejando el escenario aséptico, intacto y listo hasta la próxima función.

Atte. Lo que tú no ves





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